Fragmento de una crónica inacabada

Por León Plascencia Ñol

A pesar de todo, Bogotá no está lejos, al menos en la memoria del viajero que la aprehendió hace demasiados años, quizá veinte, por boca de Jorge Bustamante, el poeta colombiano de bigote zapatista y empecinado lector y traductor del ruso que vivía por ese entonces en un pueblo perdido de Jalisco, y en donde, los fines de semana me guiaba por Zipaquirá, por la Sabana, pero también por sus estadías estudiantiles en Moscú, por la Yasnaia Polania de Tolstoi, por una tarde perdida en París, por los paisajes cambiantes que iba observando a través de la ventanilla del tren que recorría la estepa rusa, por el mar Caspio y las investigaciones geológicas que realizaba junto con sus compañeros de escuela. 2. Pero dije que estaba principalmente Bogotá, su Bogotá de tardes y mañanas de una juventud vivida en medio de la violencia y que ya había aprendido a imaginarla yo, en esa habitación que era estudio y que daba a la empinada calle Corona. 3. Allí, entre los libros, las fotografías que Olga, su mujer, había dispuesto amorosamente en el cristal del escritorio y los libreros, andaba Bogotá de un lado a otro, pero el frío y la lluvia de la ciudad todavía no aparecían. 4. Costaba imaginarlos desde Ameca, ese pueblo caluroso y seco en donde nací. 5. A veces, en mi imaginación, podía ir mezclando el rostro de Mandelstam con el paso extraviado de León de Greiff por la Carrera Séptima, costaba ubicar geográficamente los recuerdos, tan engañosos siempre. 6. Hablo desde un presente, como si todo estuviera sucediendo en este momento, cuando en realidad estuve en Bogotá, por primera vez, en el siglo pasado y quiero que todo suceda ahora y ya estoy viendo el avión que desciende por la noche en la ciudad. Allí está la Cordillera Oriental de los Andes, la Sabana y miles de luces encendidas de esta ciudad que está a 2600 metros sobre el nivel del mar. Luces que son ojos luminosos de una serpiente que se enrosca entre la cordillera. 7. Afuera del aeropuerto hace frío, un aire terrible golpea mi cara. Me espera el primero de los varios guías que tendré durante estas semanas. 8. Aunque en realidad, traté siempre de escabullirme de todos porque quería conocerla por mí mismo, o mejor dicho, recorrerla ahora sí con el cuerpo, porque sabía muchas cosas de la ciudad mucho antes de haber estado aquí. 9. No tenía planes, me dejaba llevar por la intuición, por esta suerte de azar que siempre me acompaña y me traslada a los sitios más asombrosos o más comunes. 10. Me dejaba llevar, simplemente. 11. Tomaba un bus –no hay metro como en Medellín, que se parece, a veces, a Guadalajara– y allá iba, a donde fuera bueno, siempre viendo a la gente, las calles que se transcurrían, los edificios, las avenidas numeradas, o terminaba por meterme en algún cafecito y me ponía a escribir de todas las imágenes que me iban seduciendo. 12. Anotaciones, frases sueltas para una posible guía que sólo a mí importaba. 13. El cielo de Bogotá, las araucarias, los curubos, los laureles, los álamos, los eucaliptos, las tejas rojas de La Candelaria, las mujeres sorpresivas, hermosas, lo imprevisible del viaje, porque «entre un viaje y otro, al volver a casa, se intenta extender las hinchadas carpetas de apuntes sobre la plana superficie del papel, trasladar las plicas, cuadernos, folletos y catálogos a hojas escritas a máquina. La literatura como mudanza; como en todas las mudanzas, algo se pierde y algo reaparece en los estantes olvidados».1 14. He vuelto a la ciudad, o mejor dicho, la ciudad habita en mí como una enfermedad benévola: crece y se agiganta en los recuerdos. 15. Aquí la memoria no engaña, se deja llevar por diversos meandros. 17. Recuerdo una lluvia y la Casa de Poesía Silva que sirvió como refugio. 18. Las largas borracheras para que desapareciera el miedo. 19. Una paloma solitaria frente al Palacio de Nariño, un extravío por la calle del Cartucho, un roce en Salomé Pagana, los tragos en casa de Fabio Jurado, los poemas de William Ospina, Aurelio Arturo y Raúl Gómez Jattin. 20. La memoria se extiende en un largo territorio y estas páginas se acortan. 21. Lo mejor de todo, es quizá, que Jorge Bustamante me hizo amar a la ciudad antes de conocerla. 22. Aquí no hay vuelta de hoja.

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© León Plascencia Ñol