Un tenue plumaje de llovizna

Por Hugo Gutiérrez Vega

La semana pasada entró un caballo cargado de voluminosas cajas a la plaza de un pueblo colombiano. Se detuvo frente a una farmacia y, a los pocos minutos, estallaron los poderosos explosivos que llevaba en las cajas. Los muertos y los heridos cayeron a su alrededor y empezaron a desplomarse los muros de los edificios que rodeaban la pequeña plaza. De esta manera, las FARC u otros grupos violentos o los horrendos paramilitares (no guerrillas sino bandas terroristas empapadas en odio, crueldad e inmoralidad) vengaban una delación y castigaban a los habitantes del poblado.

Cobro por protección, rescates de los secuestros, tráfico de drogas, asaltos, robos, extorsiones, asesinatos, caballos explosivos, coches con dinamita, crueldades sin nombre, violencias sin el más pequeño límite humano... estas son algunas de las acciones cometidas cotidianamente por las lumpenizadas FARC y por los otros que han establecido en nuestra querida Colombia un poder paralelo que no obedece a los dictados de la moral y que ha enloquecido progresivamente uniendo al ya declamatorio fundamentalismo las pillerías de los narcos y de las bandas de delincuentes. Algo les queda de la retórica del maoísmo catequístico o del marxismo parroquial (véase la doctrina recitada por Doña Martha Haernecker), pero lo que priva es un enloquecimiento que crece día con día, una desconfianza brutal en todo lo humano y la bestialización que caracteriza a las bandas terroristas.

Acabo de pasar cinco días en la entrañable Bogotá. Fui a dar una conferencia en las celebraciones de los 350 años de vida de la Universidad de El Rosario (el antiguo Colegio que dio tantos miembros distinguidos a la judicatura colonial, tanto de la Nueva Granada como de la Nueva España y el Virreinato de Lima) y a participar en un coloquio sobre Literatura y Poder. Di, además, dos charlas en la Universidad Nacional y un recital de mi poesía en La Casa de José Asunción Silva, institución ilustre que mantiene viva la llama de la poesía en todos los territorios de la lengua española. Unas semanas antes de mi llegada, su directora, la poeta María Mercedes Carranza, se había quitado la vida (las FARC tenían secuestrado a su hermano y ella vivía un permanente desasosiego provocado por la violencia civil). Le dediqué el recital y recordé a su padre, el poeta Eduardo Carranza. Cerré mi participación leyendo un poema sobre el 11 de septiembre de 1973 y recordando al Presidente Constitucional de Chile, Salvador Allende, uno de los verdaderos demócratas y de los genuinos socialistas que en este mundo han sido y, sobre todo, un ejemplo de respeto a la ley y de coherencia entre el pensamiento y la acción.

Había más de trescientas personas en el recital y todos se pusieron de pie para recordar al gran demócrata americano y a la poeta acorralada por el terrorismo asesino. De esa manera, los Pinochetes, los Videlas, los terroristas del plan Cóndor y los que asesinan niños con caballos cargados de explosivos, por un momento dejaron de ser tan pavorosamente reales como fueron y son, y una especie de brisa humana se unió a los vientos fríos de la Bogotá que entraba en la noche. Recorriendo la sabana con el Decano de las Facultades de Política y Gobierno y de Relaciones Internacionales de la Universidad de El Rosario, el filoheleno Eduardo Barajas y con Enrique Serrano, escritor y erudito dedicado al estudio de lo bizantino, recordamos que Don Víctor García de la Concha, el mandamás académico peninsular lamentó hace poco el hecho de que el español del futuro va a ser el que ahora se habla en México, cuando lo mejor sería que fuera el que se habla en Colombia. Tiene razón el académico, pues en el ex reino de Nueva Granada existe una sana vigilancia lingüística que enriquece y corrige al castellano. Se trata de un fenómeno social que tiene amplias repercusiones y, me decían los amigos académicos, se mantiene en constante lucha con los doblajes televisivos mexicanos, las telenovelas y los programas que les llegan de ese pozo sin fondo de vulgaridades y de pobrezas lingüísticas que es la televisión comercial mexicana.

Por otra parte, Don Víctor reconocerá que su península no es una modelo de vigilancia y que en Iberoamérica se habla de la necesidad de que las películas españolas tengan subtítulos, pues resulta difícil entender los farfulleos que obscurecen la vocalización de los actores peninsulares (hay excepciones notables. Pensemos en el excelso Fernando Fernán Gómez), así como la construcción atrabiliaria y los giros de lenguaje locales.

Fabio Jurado, gran rulfiano y Darío Jaramillo, poeta excelente y promotor cultural, me presentaron en la Casa de Poesía. Recorriendo sus patios me puse a repasar las palabras del Nocturno... «Una noche, una noche, una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de alas»... y a pensar en los espíritus de León de Greiff, Jorge Gaitán Durán, Porfirio Barba Jacob, Jorge Isaacs y José Eustasio Rivera. Mucho nos ha dado Colombia y mucho nos seguirá dando, pues las nuevas generaciones de escritores están ya ocupando sus lugares. Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis, Cobo Borda, Darío Jaramillo y otros relativamente «maduritos» son la columna vertebral de una de las literaturas más ricas del continente.

México anda bien representado por esos rumbos, pues el entusiasta embajador Ortiz Monasterio y el emprendedor e inteligente Agregado Cultural, el periodista Eduardo Cruz, realizan una labor notable.

Con algunas revistas de literatura en las manos, llegamos a Usaquén, el hermoso poblado que ya devoró la ciudad tentacular, mi amigo Eduardo Barajas, Luis Tovar y las maestras del Rosario, Luisa, Francesca, María Elena, María Fernanda y su hijo Daniel en pleno sueño. Comimos arepas de huevo (las costeñas), un ajiaco capaz de restaurar las fuerzas de Barba Jacob en una madrugada de domingo y una ilustre sobrebarriga. El jugo de lulo nos acompañó con su gusto agridulce. Vino a la mesa el poema de amor de Gorostiza: Declaración de Bogotá. Lo escribió en los días del «bogotazo», del asesinato de Gaitán en la avenida Jiménez y de la reunión Panamericana. Lo leímos y observamos la figura «que la ventana intenta retener a veces».

Cuando salimos a las calles de Usaquén, Gorostiza nos dijo lo que pasaba: «La entristecida Bogotá se arropa en un tenue plumaje de llovizna». En la calle giraba un vallenato y descendía el aire «de la negra montaña tempestuosa».

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© Hugo Gutiérrez Vega